SOLIDARIDAD. 2005 - 2007
Las vivencias experimentadas en la infancia permanecen de una forma indeleble en nuestra mente, eso sí, dormidas. Esas vivencias son las que forman tu personalidad y a lo largo de tu vida van saliendo a la luz por medio de los recuerdos. De alguna forma esos recuerdos es lo único que te queda, porque si hablamos del presente, este ya pasó, del futuro no sabemos nada, solo nos queda el recuerdo de lo que hemos vivido.
El motivo de esta exposición es revivir un recuerdo. Yo nací en Valleseco, un hermoso pueblo de Gran Canaria, con una población por entonces, 1941, de unos tres mil quinientos habitantes. Está situado en una altitud de mil metros sobre el nivel del mar. Muchos días del año, a causa de los vientos Alisios oceánicos, se crea una formación nubosa que se detiene en las partes altas de la isla destilando una llovizna denominada por los isleños “chipi chipi”. Por este motivo es frecuente el uso del paraguas. En principio el tema de mi exposición es este, los entierros en Valleseco en tiempo de lluvia que a mi me ha tocado vivir con la muerte de mis abuelos, mi padre y otros familiares, vecinos y amigos.
A mi particularmente me causaba una gran impresión porque a los ojos de un adolescente impactan esas sensaciones nunca antes vividas aumentadas con el dolor de la muerte de un ser querido. En Valleseco, igual que en otros muchos pueblos, el féretro se lleva a hombros, como despidiéndose de los vecinos que tantas cosas compartieron en su vida, por caminos angostos llenos de barro.
Desde el barrio alto de Lanzarote, de donde salieron los cuerpos de mis seres queridos, se ve la comitiva en casi la totalidad del recorrido. Imaginaros a la mayoría del pueblo, todos con paraguas negros. Los entierros eran como un acto de solidaridad, de amor, de respeto y, a la vez, un acto social.
Muchas veces traté de plasmar ese sentimiento haciendo algunas figuras con paraguas, pero no me satisfacía, quedaba pobre. Y ahí se quedó la idea dormida. Pero un desgraciado día nuestro país sufrió un acontecimiento que empujó a millones de ciudadanos a manifestar su dolor sin preocuparles la lluvia que ese día caía. En ese mismo instante comprendí, acordándome de los habitantes de mi pueblo, que la instalación debía contar con un gran número de figuras, que calculé en unas tres mil para que la composición reflejase cabalmente la idea.
Desde ese mismo momento empecé a trabajar, estudiando escalas, composición y materiales, así como el punto de vista adecuado, muy importante para que el conjunto diese la impresión que yo quería, esto es, vista desde arriba, como la veía desde Lanzarote o como lo vi en televisión.
Al representar las figuras las hice en madera, de una forma muy simplificada, porque no quería que ninguna tuviera protagonismo, sino el conjunto figura paraguas y la totalidad de piezas, de modo que todo formara una sola escultura.
La escultura está compuesta por cuarenta y tres modelos originales de aproximadamente 20 cm. de altura, reproducidos setenta veces cada uno en alabastrina, un material compuesto por una mezcla de silicona y polvo de alabastro. Se han dejado en blanco, el color natural de este material, porque me parecía el negativo de los paraguas negros de mi pueblo, como un sueño y porque el blanco simboliza pureza y es el resumen de todos los colores.
Las figuras van colocadas sobre noventa y seis tablas de contrachapado de 61 X 30,5 cm., teñidas de un color gris azulado oscuro y con un acabado brillante, para que sobre ellas destaquen las figuras, como si de un suelo mojado se tratase, formándose así un trío: las propias formas, su reflejo y las sombras. La totalidad de la pieza mide 14,64 X 1,22 m.
La pieza se puede acompañar de una proyección que permite visualizar otros puntos de vista del conjunto que por su situación el público no puede apreciar. Así mismo se acompaña de un fondo musical compuesto fundamentalmente por piezas de música sacra que acentúan el sentimiento de dolor que expresa la obra.