TEXTOS
Amigo Felo:
Han pasado muchos años desde nuestros encuentros en la Escuela Luján Pérez. Me pasmaba tu temprana capacidad para la escultura. Era para mí como si poseyeras un poder mágico en tus manos volanderas, acariciadoras, fuertes como las de un panadero amasando su harina. Eras un Merlín capaz de insuflar un alma a la piedra, a la arcilla, a la madera.
Creando esculturas sublimes, cargadas de poesía, de música. Parecían haber nacido de la caricia, del beso, y no sólo gracias al martillo y al escoplo.
Por las tardes, de la clase de tu maestro Abraham Cárdenes, venías al piso superior. El tronar de la marea trajinando las piedras, intentando traspasar la barrera de las ventanas y sirviendo de contrapunto a nuestros interminables debates apacibles sobre los Ovnis, la hipotética vida extraterrestre y las hipótesis innovadores de Jacques Bergier y Louis Pauwels, divulgadores del realismo mágico en su libro, El retorno de los brujos.
Es curioso que no charláramos de nuestras vocaciones artísticas y, menos aún, de una futura emigración vocacional fuera de las islas tras un sueño de jauja.
Nuestra empatía creció día a día hasta hacerse árbol de profundas raíces y copa perenne donde todos los delirios nos llegaban como una nube de estorninos.
A su sombra nos hicimos hermanos, hoy tengo 87 años, durante casi 50 la vida nos arrastró en sus aguas por meandros de ríos diferentes, nos perdimos, pero un día sin que supiéramos por qué arte de birlibirloque nos dimos de narices en Gran Canaria. Y hasta ahora.
Estudiando y trabajando con pasión, hoy eres uno de los grandes escultores de España, al que he tenido la suerte de conocer y del que todos tenemos mucho que aprender y estamos orgullosos.
FRANCISCO LEZCANO LEZCANO
“Añoranza en una noche silenciosa”
Plateada luz de la luna ante mi lecho.
¿Será la escarcha sobre el suelo?
Contemplo la luna al alzar la cabeza.
Al bajarla, añoro mi tierra.
Li Bai (701-762)
Cuenta el escultor Félix J. Reyes que, con trece años camino del cine para ver Fumanchú, pasó por delante de una ventana abierta en la calle Pamochamoso de Las Palmas de Gran Canaria y que dentro vio a un señor, con unos pelos largos y un gran bigote, dándole palos a un trozo de madera y que allí se quedó toda la tarde viendo cómo con cada golpe de gubia se iba haciendo la forma, «algo mágico», dijo. Al día siguiente fue admitido por D. Abraham Cárdenes, aquel señor que apaleaba la madera, como alumno de su escuela. Allí, como aprendiz, amasaba barro y afilaba herramientas. Hasta que un día su maestro le ordenó amasar el barro necesario para una cabeza de tamaño natural, diciéndole: «Es para usted, a partir de ahora haga usted lo que quiera».
Entonces, el joven Félix aprende -como haría El Principito de A. de Saint-Exupéry con el zorro-, a domesticar el barro y el volumen, a crear lazos entre estos y él mismo. Y lo que hasta ese momento era solo barro, semejante al resto del barro, se convierte en su cómplice e interlocutor; «Encontré a partir del barro y el volumen, algo que podía ser, fue el descubrimiento de mi persona”. Con este descubrimiento se adentra, nuestro futuro maestro, en la disciplina de la escultura, en un diálogo con el espacio para generar volúmenes a partir del barro, la madera, la piedra, el bronce o el acero. Golpea, acaricia y riega con su mirada la forma hasta que esta se manifiesta fiel a la idea del artista.
Dijo el zorro al principito: «Ve y mira nuevamente las rosas. Comprenderás que la tuya es única». El principito se fue a ver nuevamente las rosas: «No sois en absoluto parecidas a mi rosa; (…) nadie os ha domesticado (…).
Efectivamente, ahora ese volumen, surgido del material escultórico, es la manifestación plástica de una idea, de un sentimiento, de una inspiración, de una reivindicación o de un recuerdo. Los materiales de la escultura ahora están domesticados por la mano del artista. Y en su larga carrera artística, por las calles de diferentes ciudades, en instituciones, museos y colecciones públicas o privadas aflorarán balcones de acero con personajes y recuerdos del pasado, familias, amigos, grupos de amigos, personajes en soledad -impuesta o deseada-, bosques, laberintos humanos e interpretaciones de su esencia vital.
Cuando Félix J. Reyes se adentra en el mundo de la escultura, comienza representando personas o ideas en su apariencia real: Maternidad, Retrato de Rafaeli, Gea, Espera, Madre e Hijo, Pescador, etc, destacando especialmente el retrato de la artista Rosa Castellot, con quien comparte su vida desde los tiempos de la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.
Concluida la formación académica, nuestro escultor y nuestra dibujante y pintora ponen rumbo a La Rioja donde ambos compaginarán su trabajo creativo con la fundación de una familia y con su labor como profesores de la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos (EAAOA) de Logroño. Ahora, además de domesticar la forma, Félix J. Reyes debe enseñar a su alumnado cómo dar palos a un trozo de madera para extraer la forma a cada golpe de gubia y descubrir «algo mágico». Aquella ventana abierta de la escuela de D. Abraham Cárdenes, será entonces la ventana de la EAAOA de Logroño y el señor con unos pelos largos y bigote, es ahora un joven escultor de pelo rizado y barba. Poco a poco, el volumen y la forma van calando en su alumnado.
En 1997, Félix J. Reyes fue invitado a participar en el Simposium Internacional “Arte ne´ll Ambiente”, a un encuentro de escultores realizado en Ponte nelle Alpi, en la provincia italiana de Belluno. Más tarde, Reyes quiere reproducir esta experiencia en Santa Lucía de Ocón, pueblo riojano del que es uno de sus 25 habitantes. Así, en 2003, crea junto a Rosa Castellot, el primer Certamen Internacional “Arte en la Tierra”, abriendo una nueva ventana a la creación artística.
Por otra parte, su obra escultórica va ocupando su taller, galerías de arte, espacios públicos y colecciones privadas. Mientras tanto, en sus esculturas, la fiabilidad al modelo original que aún se mantiene, entre otras obras, en el retrato de Roberto Iglesias, va derivando en una interpretación menos detallada, más expresionista, como es el caso de Sokatira, Familia, El Pulso, La Creación del Hombre, El Parto, El Abrazo Eterno, la Venus de Barriomonte y un largo etc.
Ya convertido en maestro de la escultura, su obra sigue evolucionando y el expresionismo se vuelve mas conceptual. Así, el lenguaje corporal se manifiesta mas depurado en obras como Conversación, Mujer inclinada, Dama de Valleseco, Pareja Bajo Paraguas, Las Tres Gracias, Mujer Reclinada, Mujer Sentada, El Parto, Juan, etc. Los amigos aparecen en su obra y se muestran en grupos escultóricos y retratos con nombres propios como Tita y Manolo, Amalita, Merche y Cloti, Cheo, etc. El grupo escultórico Solidaridad, surge rememorando como, de niño en su pueblo, los entierros transcurrían hacia el cementerio por caminos tortuosos bajo la lluvia; Félix J. Reyes va encadenando ideas, realiza algunos dibujos y bocetos en volumen, pero la solución definitiva la concibe viendo las imágenes de las largas hileras de paraguas en la manifestación de repulsa por los atentados de la Estación de Atocha de Madrid . En El Laberinto, ya las imágenes van perdiendo cualquier detalle que el artista considere superfluo. Su memoria y reflexiones personales en Una Vida, El Camino, Espacio Cúbico, Las Mujeres del Mercado, dan paso a las Ausencias, El Balcón, El Espacio y El Tiempo, Los Emigrantes y estos nos conducen a su obra, en mi opinión, mas íntima, donde la forma es la mínima necesaria para expresar un recuerdo, un sentimiento o una cuenta pendiente con su propia historia. La interpretación de una idea ocupa definitivamente el lugar de la representación de esta, convirtiendo obras como La Ventana, La Ofensa, Soledad Impuesta, la Beca, Declaración de Amor, Soledad Deseada, El Entierro o Fin del Camino en escenas inquietantes. Escenas inquietantes que hacen lo esencial visible a los ojos
José Hernández Afonso
12 de junio de 2021
Siempre que paso por Valleseco me imagino a Félix Reyes Arencibia, de niño y adolescente, soñando con hacer del arte la labor que haría que sus sueños se hicieran realidad, posiblemente fueran años en los que ya se había decantado por la escultura pues comienza sus clases, con tan sólo trece años, con sus maestros Abraham Cárdenes y Cirilo Suárez, a estudiar con ellos esa compleja manera de dar a los demás lo que la mente del creador desea llevar a cabo y a continuación el plasmarlo en la piedra, barro, mármol o metal, por poner algunos ejemplos. Podría haberle preguntado por ello al autor, porque a él me une, además de la admiración una hermosa y cercana, a pesar de la distancia geográfica, amistad, pero he querido poetizarlo y hacer volar mi imaginación, no sé la razón por la que mis ojos le vieron con pantalón corto, de color gris y con tenues rayas de tenue marrón y con camisa blanca, sin cinturón y con alpargatas. Así le imagino y le veo pasear por la plaza y las estrechas calles del pueblo que le vio nacer cuando por él camino o simplemente paso. Me he preguntado muchas veces la razón de imaginármelo tal y como lo he descrito, pero no sé dar explicaciones lógicas y me imagino que en mi mente el MAESTRO quiso presentarse así.
He dicho MAESTRO, con mayúsculas, y se preguntarán el por qué y la respuesta es bien sencilla y no sé si tiene relación con mi profesión de docente y mi amor por esa palabra que tanto dice. Siempre que escucho decir a alguien maestro me viene a la mente Félix Reyes Arencibia, como un rayo, al instante, y me lo imagino impartiendo su sapiencia, su bonhomía y su tranquilidad, tres virtudes básicas en todo enseñante, si además le sumas el amor por lo que haces tendremos al docente perfecto y considero que Félix Reyes Arencibia lo es y no es halago y sí admiración y reconocimiento profundo.
Poesía, entre otras acepciones, es a mi entender transformar lo meramente usual en un mensaje dicho de otra manera, como si vistiéramos lo que se hace con las mejores galas, y nuestro escultor hace las cosas de otra manera, con su particular estilo, cargando sus creaciones de un claro mensaje poético, estudiando al ser humano pero en sociedad, su comportamiento como un elemento del conjunto al que pertenece y así, en general, nos presenta a los seres que pueblan sus impresionantes y monumentales creaciones, moviéndose, buscando su sitio, sin empujar a nadie, simplemente se sitúan ante la mirada del espectador que queda impresionado por los mensajes que el creador les envía; está atento a las respuestas que como humanos damos en sociedad y eso es labor del antropólogo y es por ello que Félix Reyes Arencibia, posiblemente sin pretenderlo, nos está dando, con sus monumentales creaciones, lecciones de antropología y esta ciencia te posibilita entre otras cuestiones estudiar al ser humano como miembro de un colectivo que se llama sociedad, sacando conclusiones y respuestas, en suma, un mayor conocimiento del ser humano a través de un concienzudo estudio antropológico.
Creo que Félix Reyes Arencibia, en sus diálogos consigo mismo, permitió participar al autor del Principito, para así encontrar junto a él el pozo de agua que da belleza al desierto y lo consiguió, haciendo que de la nada surgiera lo que el artista deseaba compartir: un mensaje cargado significado y también de belleza.
Hoy más que nunca creo que Umberto Eco, un pasional enamorado del arte, estuvo muy acertado cuando dijo que “el arte sólo ofrece alternativas a quien no está prisionero de los medios de comunicación de masas” y Félix Reyes, por su forma de pensar, jamás lo ha estado y sí al servicio del ser humano y de sus movimientos, de sus intereses y comportamientos, como miembro de la sociedad, y la ha plasmado, de manera magistral, en su particular obra plástica.
Poesía, antropología y escultura se dan la mano en la obra de este genial artista, yo así lo veo, y uno de los mensajes que me influyen pues cada uno interpreta la creación de los otros a su manera, aunque en principio la idea del creador nada tenga que ver con ello y ahí radica la importancia del razonamiento diferenciado de todos y cada uno de los que se acerquen ante la propuesta artística, es aquello sobre lo que escribió el dramaturgo británico Arnold Wesker, en su Carta al Daily Worker, en el año 1966, “la necesidad de hacer tomar conciencia a las personas de que pueden cambiar la sociedad no es incompatible con la necesidad de ser tolerantes con las debilidades humanas”. Miles de gracias, MAESTRO, por brindarnos tu arte y por hacer que nuestra sensibilidad vuele libre, buscando respuestas e indagando en tus propuestas, haciendo que el arte vaya más allá de lo imaginable.
1. FÉLIX REYES, escultor, es, sin lugar a dudas, uno de nuestros artistas actuales más representativos; pero, además, siempre destacó como un ser humano sencillo y humilde, sin alharacas ni dobleces. A sus ochenta años de edad y sus casi sesenta de profesión en el campo del arte, creemos firmemente que el reconocimiento a su trayectoria está más que justificado y es de lo más natural que así lo celebremos.
2. Esta muestra se propone para cumplir con el Homenaje al escultor y fundamenta una relación de amistad, cercanía, admiración y respeto por su obra, trayectoria y legado; así como por la razón humana que la precede y hace de él la persona allegada que reconocemos apenas iniciar su trato. Y, ceñidos ya al campo del arte, establece un diálogo parangonado entre la obra del artista homenajeado y quienes han decidido participar de dicho evento para reconocer, primero al escultor, por respeto, pero, de inmediato y más hondamente, al amigo, por admiración, y jamás con adulación.
Nunca para vindicar la figura, la obra o la trayectoria de Félix Reyes, esa llega ya más que contrastada por su valor emblemático, tanto artístico como intelectual y, sobre todo, civil y humano. Éste es, en última instancia, un proyecto para arropar al amigo y al artista que ha tenido la suerte de desarrollar, en una vida larga y próspera, el ideario escultórico que ha elegido para manifestar su modo de entender la sociedad y el tramo de historia que le ha tocado vivir, para ratificar la total adhesión con su modo de realizarlo y entregarlo a la sociedad civil como legado artístico y humano y, qué duda cabe, para conmemorar la alegría de concelebrar junto a él la conclusión de su altísimo valor como escultor y ser humano.
Javier Cabrera
Con siete años llegué de la mano de Tachy, al que puedo denominar mi mentor, a las Academias Municipales. Allí conocí al profesor Abraham Cárdenes, extraordinario ser, aglutinador de sabiduría con profundo compromiso de enseñante.
Me deslumbré con los cuadros del profesor Cirilo Suárez. Dibujé, sentí y amasé el barro que guardábamos como tesoros, envueltos en trapos mojados tras prensarlos, en aquellas piletas frías del oscuro patio.
Con Félix Reyes coincidí cuando modelaba una de sus obras “El Pescador”. Miraba cómo acariciaba aquel barro amorfo que, húmedo, hacía brillar la escultura. Me dio entendimiento y más cercanía a la belleza.
Hoy le agradezco con mucho, el que siga desarrollando y ofreciéndonos su conocimiento y maestría.
Miguel Rodríguez
En esa espera que está fuera de ti, surge un nuevo día de ansiedad, para ir al encuentro de sosiegos, de discursos frescos en posibilidades infinitas. Irrumpe con la apertura de otro mundo de otros escenarios de pretensiones y nuevos compromisos para que se posibilite suplir carencias para aprender creando La Beca.
Desde la mente, las manos que sostienen al estilete o la gubia, que amasan el barro, que van con idea definida en busca de la forma para culminar la obra que siente y nombra. Entre estos dos discursos, pudo haber un vacío temporal insoportable, un día, más de un día, visualizamos y sentimos el Fin del camino.
Palpamos en conjunción de renuncias, un tiempo de soledades con profundo y generalizado dolor. Se nos obliga al estatismo físico, dentro de una insoportable Soledad impuesta, aquí todo un discurso experiencial para nuestros sentidos.
En ocasiones avanzaremos juntos, ya desencantados, para sentirnos y vernos acompañando a El Entierro ese que carga las mil ideas a la que nos aferramos y transitaron por nuestra mente, pero que no llegan a tener la necesaria vitalidad para la materialización.
Hacemos desde el atrevimiento una exhalación de poder al posicionarnos en El Balcón y vernos en ese tránsito humano de sabiduría, deambulando perdido, declamando atenciones, miradas, encuentros.
En dolorosa contraposición con esa Soledad deseada necesaria para cualquier artista, esa que todo humano requiere, inquiere, de una u otra manera en cualquier momento de saturación de nuestro existir, para la reflexión, para la permuta de sentimientos, para seguir en lo tangencial con el engaño más duradero de lo feliz.
La Ventana: utilizaciones del vacío práctico, ello nos acerca a mayores cercanías en interacción, casi del tú a tú, con la velada frontera de los miedos y los hirientes pensamientos; también para el necesario oxígeno, el canto elocuente y la alegría de compartir declaraciones. Nos posibilita ver y soñar.
Siempre desde la acompañante turbación, buscamos resguardo, donde la defensa de cualquier postulado nos vuelca en acrecentar territorios de vecindad en busca de protección. Abrazamos la lejanía por La Ofensa intuida, quebrantada, dolida.
Saltando de piedra, en piedra o madera, en madera entre vericuetos de vida, danzamos con los deseos, desde el oloroso y frio barro en ejercicios de amasar como primer paso hacía las buscadas sorpresas. Hacia las incorporadas y entrañables Declaraciones de Amor entre el pensar, hacer, sentir, querer.
Quizás los escultores sean los creadores más próximos a esos humanos con dones manifiestamente divinos. Si así fuera, Félix Reyes Arenciba estará en ese elenco del grupo de los elegidos.
Miguel Rodríguez
La idea era sencilla, el escultor Félix Reyes cumplía ochenta años y sus amigos artistas y escritores decidimos que era momento de reunirnos en torno a él para homenajear su legado como artista: su trayectoria y su obra, pero sobre todo su generosidad y grandeza como ser humano. Estructurado y acordado el modo el resultado fue esta colectiva de título final 25 artistas y autores en torno a Félix Reyes. Exposición homenaje y a la que se han vinculado generosamente los autores que la contienen.
Sin embargo, en la decantación final de la muestra se ha determinar que quien nos concede homenaje es el propio escultor hacia nosotros. Y ha ocurrido de manera sencilla y llana, como es costumbre en él. ¿Cómo lo ha hecho? Ofreciéndonos su obra última realizada y que se expone por primera vez exprofeso para esta muestra. El escultor nos ha regalado una mirada secuencial que traza la memoria vital que le lleva desde el descubrimiento de la propia escultura por los derroteros que esta ha marcado en su vida hasta la conciencia íntima de recorrer sus últimos pasos de humanidad consciente.
La serie, estructurada en ‘nueve estaciones’ viene a narrarnos, de forma íntima y casi como un susurro, la luz y la sombra que han sido constante y definitoria en su trayecto tanto plástico como humano. Se trata de una secuencialidad que toca desde el deslumbramiento a la desazón, entrando en el sentimiento del desclasamiento a la necesidad de argumentar una soledad necesaria, pero también un ansia por una compañía en el amor, hasta llegar a la plena conciencia de la pérdida y su asunción como estadio en el que la vida se entiende como tal: tránsito hacia otro estadio. La primera sorpresa surge en el formato y los materiales elegidos para hacerla entender: madera y hierro respirando de un mismo hálito, figuras de tono mínimo enmarcadas en cubículos de fría apariencia, donde se narra y concibe la deriva de su propia vida.
Ajustados a la dimensión precisa donde lo narrado se torna en imagen viva contada para la emoción. Casi, diría, nueve cápsulas de tiempo para definir y ajustar los momentos que fueron definitorios en la trayectoria vital del escultor. Dicho de forma tan sencilla que en ello radica su grandeza. Explicitado con formas tan a la mano, que elevan lo narrado a carácter mítico. Figuras desvestidas de toda expresión, pero expuestas para acabar siendo la expresión final. Cubículos férreos contenedores de momentos temporales que se devienen escenarios determinantes de cada una de las atmósferas que las piezas respiran. Y una decantación sobrenatural donde están contempladas las paradas esenciales que el ser humano hará a lo largo de su trayecto terrenal.
Pero tan importante como las formas, la estructura y la narratividad será el silencio que transpiran y que dota a las piezas de una aureola de verdad trascendental. Es el silencio, que la obra en su secuencialidad respira, la materia que otorga una unidad simbólica a toda la serie y su precepto escultórico. Es ese silencio que en cada pieza palpita el cordón umbilical que traslada al espectador a otra estancia de la contemplación. Y por el silencio mismo se acercan las lecturas múltiples que cada obra en sí acierta y donde la secuencialidad fija su transpiración: narrar lo sencillo, la vida misma, íntima y llana en la levitación que se ubica cenital para la centralidad de la secuencia.
Son éstos, pórticos que delimitan un lenguaje casi religioso, por su sentido de recogimiento en la forma y su estadía en el tono bajo de la luz, por su contención al cabo de la dureza del hierro y la ternura de la madera. Pero lo son más, y sin duda, por la hilazón que el silencio prolongado establece cuando se acaba por ser conscientes que un hombre narra una vida para entenderse con todos, para reconocerse en el silencio de todos. Y que todos nos reconozcamos en ese silencio comunal.
Javier Cabrera
"Y, si en los otros se ha vivido,
Vives
Mientras los otros vivan."
Carlos Pinto Grote
Si acaso no somos afectos a las teorías creacionistas y al determinismo tramposo de la trascendencia, y por tanto nos resistimos a considerar la posibilidad de que alguna vez existiese un paraíso –distinto del que llamamos infancia con la cautela de los infinitos escarmientos– cuyo placentero disfrute nos sustrajo la siempre inagotable y poco misericordiosa justicia divina, condenándonos a sufrir sin descanso hasta el fin de los tiempos, acordaremos al menos que la violenta pero inevitable salida del útero materno sí nos arrojó a todos –y sigue haciéndolo con irreductible inclemencia– al voraginoso tráfago de la vida, esa menesterosa sucesión de imprevisibles mudanzas, ilimitadas pérdidas y definitivas ausencias.
EMIGRANTES
Mal que pueda pesarnos para siempre, todos nos hemos visto forzados en el desenvolvimiento de nuestro itinerario vital a protagonizar una inacabable sucesión de migraciones de nosotros mismos, es decir, de los inevitables abandonos del prodigioso edén amniótico (ese lugar minúsculo e inmenso donde todo sucede al mismo tiempo), y del perenne gozo de la irredenta infancia (una patria sin límites ni penas ni banderas), y del cálido abrazo de la nunca conclusa protección familiar (que por desgracia la distancia ocluye y el tiempo difumina sin remedio), y también muchas veces de la tierra y el aire y la luz y el silencio y las maravillosas ilusiones que nutrieron la esencia fundamental y eterna de nuestra contextura emocional, desperdigada o rota en ocasiones y anclada sin embargo de por vida al vasto territorio de esos primeros sueños a cuya grata sombra nos gusta regresar cuando las amenazas del mundo nos asedian.
El escultor Félix Reyes, que lleva muchos años dando forma y volumen a ciertas experiencias personales, primando las inquietudes filosóficas y los valores emocionales sobre los requerimientos meramente plásticos y las representaciones corpóreas habituales en los ámbitos figurativos de su discurso (seguramente debido a la extraordinaria sabiduría expresiva con que ha sido capaz de materializar las figuras humanas y la diversidad de sus presencias –y su contundente o delicada implantación en el espacio– mediante un sorprendente proceso de búsqueda e identificación de las líneas y los volúmenes esenciales, del gesto inesperado y la postura exacta, de los rasgos y movimientos decisivos, surgidos del más complejo ejercicio de simplificación y de la más depurada y certera concatenación de renuncias a toda suerte de convencionalismos accesorios), conoce muy bien la peripecia y los sentimientos de los transterrados, tal vez porque él mismo lo ha sido (como tantos otros canarios, desplazados a la península metropolitana y muchas otras veces más allá de los mares, sobre todo a la entonces mirífica Venezuela) como resultado del acucioso desarrollo de su trayectoria profesional y su biografía personal, y seguramente de ello –y de sus profundas inquietudes humanistas y de sus firmes convicciones ideológicas, unas y otras puestas a prueba cada día por el incierto devenir de las sociedades de nuestro tiempo– deriva de nuevo (como en ocasiones anteriores) la reafirmación de sus extraordinarias capacidades para elevar a valores y sentimientos universales las menudas o decisivas vivencias cotidianas –propias y de sus familiares, allegados y amigos en entornos y tiempos diferentes– y la indeleble memoria de las mismas conservada y vigente a lo largo de una existencia plenamente compartida en todos los órdenes y circunstancias, como evoca y sugiere con admirable precisión ese grupo innominado y tal vez melancólico (salvo la mujer que persiste en contemplar apasionadamente el paisaje y la luz, la lucha y los afectos que van dejando atrás) de absortos desplazados que sin moverse avanzan con el hondo temor y la convicción firme de quien está dispuesto a intentarlo de nuevo en otra parte, todos ellos ligeros de equipaje, despojados incluso y anónimos aún en su digna penuria, pero reconfortados con la nueva esperanza que lleva otra mujer en sus entrañas, aun sabiendo muy bien que su marcha provoca allá de donde vienen una ausencia terrible que quizá nunca tenga solución ni consuelo.
BALCONES
Félix guarda en su memoria todavía joven y en su asendereado e indómito corazón muchas imborrables imágenes de su primera infancia en Valleseco (los viajes de madrugada al mercado con su padre –que están en el origen del ensoñador grupo Las mujeres del mercado, tallado en madera de haya en 2014 y pletórico de virtuoso sintetismo–, las interminables procesiones funerarias pespunteadas por una casi pintoresca sucesión de paraguas bajo la pertinaz llovizna del recuerdo –sensación agridulce transformada muchos años después en el emocionado y emocionante canto a la Solidaridad, 2005-2007, multiplicada en progresión geométrica por quienes se lanzaron a la calle en marzo de 2004 impelidos por la matanza terrorista de la estación de Atocha– retrotraído al presente en esa poderosa y multitudinaria instalación escultórica construida con la rara sensibilidad y la precisión emotiva de lo auténtico) y de su adolescencia en Las Palmas (especialmente las personas y los personajes magistral y pudorosamente recreados –con no menos ternura que melancolía– en las dos series de figuras, talladas en madera de pino a tamaño natural, que ha titulado Lugar de encuentro, 1997-1998, y Mi barrio, 1999-2000), entre las que retornan imborrables, junto a su padre, Cheo, y el cura don Francisco, y las inagotables charradoras Soli, Teresa y Cecilia, y la dulce Amalita –vecina matriarcal a cuya puerta se reunían por las tardes la chiquillería y muchas de sus madres para escuchar la radio–, las tres gracias llamadas Tita, Masita y Zoraida, hermanas cuyo recuerdo todavía juvenil representa para Félix, desde que se enfrentó a los balcones tapiados de la antigua casa de Justinita, madre del grácil trío, uno de los más acabados ejemplos de la progresiva dilución de todas las presencias, es decir, de la fatal epidemia de ausencias en que se convierte inadvertidamente nuestra vida, como ha querido mostrarnos con asombroso acierto en una breve pero sustanciosa serie de viñetas o escenas de balcón, donde están a la par la economía de medios (volúmenes prismáticos elementales para los fragmentos del inmueble, y figuras tan esenciales e inconfundibles como expresivas para los personajes) y la extrema claridad del mensaje: los balcones, que podrían parecer sendas jaulas, tienen abierto y expedito uno de sus laterales, ofreciendo quizá una posible salida temeraria, y la puerta de dos hojas que lleva al interior está completamente abierta en la primera escena, donde las tres hermanas observan animosas la vida de los otros fluyendo por la calle; en la segunda, una de las dos hojas está semicerrada y dos de las hermanas conversan en el quicio de la ausencia notoria; en la tercera, ya sólo sigue abierta una de las hojas, a espaldas de la hermana contemplando acodada el aire del vacío, que aumenta según crecen las ausencias; en la cuarta y final, el balcón está solo y la puerta cerrada por completo, guardando los recuerdos simultáneos de todas las presencias, que acaba siendo el poso, frágil y amenazante pero inocuo, que nos deja la pertinaz usura de los tiempos.
TIEMPOS EN EL ESPACIO
Esa pervivencia simultánea de tiempos diferentes en un mismo espacio (el tiempo, cuando existe, siempre es otro y, sin embargo, el espacio permanece) es una de las inquietudes filosóficas que más han ocupado últimamente a Félix Reyes (absorto como está en su investigación de las ausencias), sobre todo desde que visitando un día las calles de su infancia comprendió que estaba ocupando, según se desplazaba, espacios que ya habían estado ocupados antes –por él y por otras personas– y volverían a estarlo en el futuro inmediato y lejano un sinnúmero de veces, de manera que bien podría suceder que se diese una permanente yuxtaposición de tiempos, sin solución de continuidad, sobre un mismo espacio y por tanto una inacabable acumulación de presencias simultáneas en el mismo lugar, a modo de contrapeso o contrapunto inverso al también inagotable acúmulo de ausencias, si bien el modo de producirse unas y otras debe de ser por su propia naturaleza tan diverso e imprevisible y sincrónico que su representación escultórica –que es en definitiva lo que sigue incitando sin descanso al más insaciable de los artífices– necesariamente resultará tan fragmentaria como limitada puesto que cada una de las ausencias (o sus presencias instantáneas cuando no demoradas) deberá compartir un mismo espacio con otro número indeterminado de ausencias (o presencias), de manera que sólo cabe asumir los ilimitados riesgos de una elección absolutamente aleatoria convertida después, gracias a la pericia del escultor –cuyo propio perfil nos muestra en ocasiones–, en volúmenes vivos y figuras exentas pero al tiempo imbricadas como siameses múltiples que se agrupan en número variable y comparten espacio y ciertas partes de su siempre voluble anatomía, que a veces parece emerger y conformarse lentamente a partir de una masa material en movimiento generador y en otras ocasiones regresa desde las formas reconocibles y se subsume en esa materia común indeterminada, por lo que no podemos saber con certeza cuál es el sentido del proceso en cada caso, si bien ello nunca nos impide disfrutar la belleza serena y desasida de cuerpos que se cruzan sustentan acompañan contradicen observan emocionan inquieren y disfrutan en su plasticidad contingente y eterna como el tiempo que anuncian y el espacio infinito del que nacen.
AUSENCIAS
En nuestra vida real (si tal cosa existiera), como en la de Félix Reyes, ese espacio multitemporal se reduce radicalmente a las posibilidades efectivas del talento de que dispone cada cual y todavía más de los afectos que es capaz de conformar y compartir, ya que con ambos se construye la urdimbre personal y desde luego transferible que hemos de completar a lo largo del tiempo con la trama que aportan los demás, condiciones que nuestro escultor conoce y asume tan profundamente como para haber puesto en pie, con admirable valentía y no menos acierto conceptual, su proyecto Una vida, 2011 (que viene a ser una suerte de recapitulación afectiva en torno a las personas –familia, maestros, amores, amigos– presentes y ausentes pero decisivos en el transcurso de la vida personal y creativa del propio artista, representada aquí en rotundos espacios vivenciales bien compartimentados y abiertos al trasiego sucesivo de certeras figuras entrañables fundidas en el hierro primigenio) y su emocionante y eficacísima instalación El camino, 2014 (cuyo extenso repertorio de pequeñas figuras talladas en madera con insólito apego no sólo es un absoluto dechado de maestría escultórica, sino también una fundamental aportación narrativa al argumento filosófico profundamente vitalista de la obra), e incluso, siguiendo esa línea de rigurosa introspección, su más reciente y atrevida propuesta conceptual, dedicada, por un lado, a planificar –con aparente frialdad metódica, pero profunda implicación emocional que intenta contener en lo más íntimo– el recuento sistemático y la fiel constatación de las ausencias concluyentes que se van produciendo en el universo privativo de su vida (cuyo decurso y núcleos fundamentales se representan esquemáticamente configurando varias agrupaciones –diversas en su entidad numérica pero interconectadas de modo permanente, a diferencia de lo que ocurría con los libérrimos protagonistas del sobrecogedor y acaso premonitorio Laberinto, 2006-2009– de compartimentos o celdillas vitales y afectivas construidas como un puzle calibrado y perfecto, cada una de las cuales está bien ocupada por un estereotipo de figura mortal sin nombre ni atributos, pero cuyo rostro ha sido sin embargo minuciosamente individualizado, excepto aquellas que permanecen vacías porque se ha producido –de modo temporal o definitivo– la ausencia inesperada de su ocupante natural) y, por otro, a la preservación irrenunciable cuanto transitoria de las complementarias presencias emocionales (que se pretende conseguir inscribiendo el nombre y los apellidos de las personas ausentes –familiares, amigos, artistas, compañeros que alcanzan ya la cifra provisoria de 127– sobre las figuras que les corresponden, sometiéndolas después a un discreto ritual de cremación individualizada, del que se obtienen imágenes videográficas, y conservando las cenizas resultantes en un recipiente común para todas), proceso que se complementará luego con una actuación imprescindible referida a todos los ausentes que se saben o se presumen vivos, en este caso un total de 21, a cuya última dirección postal conocida –a veces de vigencia muy dudosa– se remitirá la figura que les representa con una detallada explicación escrita de los planteamientos y el desarrollo del conjunto de las acciones llevadas a cabo, intentando confirmar, si la fortuna vuelve a sonreír, que la ausencia sentida es sólo material y por demás geográfica, lo que permitiría reocupar otra vez la celdilla vacía con el natural aunque contenido regocijo de los oficiantes y los espectadores más o menos limítrofes, porque se trata siempre de celebrar la vida, que se nutre también inagotablemente –si no las olvidamos, como nos pide Félix en su nuevo alegato– de la memoria indemne de todas las ausencias.
Rafael Ordóñez Fernández
"El río no es el agua que lo hace sonar en el momento de oírlo, es la que hasta ese instante ha dado forma al cauce"
Cuando Félix Reyes rememora su vida no creo que sea un acto nostálgico, pienso que es la acción reflexiva del saber que se está viviendo; por lo que lo imagino adentrado en su taller, tallando y puliendo esa parte que esté recordando.
Este ensimismamiento y ahondamiento en su existencia y, a la vez, el entendimiento del ámbito en la que ésta se desarrolla, actúa sobre la concreción de su trabajo. Pero también está in-fluyendo en todo lo que le rodea y conforma su vida; de modo, que su tiempo-vida-agua convierte el proceso en resultado. Una mecánica muy de artista, pero a la que Félix Reyes es capaz de darle la vuelta.
Todo empieza antes, seguro, pero yo diré que lo hace el día en que el niño Félix Reyes, jugando con sus amigos por las calles de Las Palmas de Gran Canaria, fue a parar frente a la ventana del taller de un escultor; el que luego sería su maestro, Don Abraham Cárdenes.
Ahora, después de los años de amistad y conocimiento que tengo de Félix Reyes, deduzco que la visión de aquel lugar produjo un movimiento que implicó a lo físico y a lo mental, haciéndolo cambiar de ángulo y atención con respecto al juego que hasta ese segundo ocupaba su interés:
Desvió el rumbo, ralentizó la velocidad, hasta parar frente aquella ventana, atravesó el umbral con la mirada para ocupar el espacio, se comprendió en él…
Este hecho, en principio, de apariencia anecdótica e ingenua, fue determinante en su vida, así lo reconoce él, al reconducirla para comenzar a dar forma al cauce por el que desde hace tantos años fluye: el arte y en concreto la escultura.
Este suceso, del que hoy le separan aproximadamente 60 años, podría tener la importancia de ser su primera acción artística; la primera de todas las que componen su trabajo: el que desde los diversos aspectos de sus diferentes partes, va permitiendo, a través de los años, el aparecimiento de su gran obra: su vida.
Durante aquellos años puente entre la niñez y la juventud, la vitalidad de Félix Reyes parece estar contagiada por la energía y el vigor de las tendencias artísticas de mediados de siglo, en la que el arte, marcado por las acciones de los artistas, queda como registro de esos hechos: la realidad del arte abstracto y gestual.
Como consecuencia de aquella primera experiencia, llevado por su creciente ímpetu y fuerza, y después de los aprovechados años de formación en Las Palmas, viaja a Madrid para ingresar en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando.
El 4 de noviembre de 1.961, a su llegada a la capital se produce una circunstancia que genera un sentimiento de suma repercusión en su vida, tanto que actuará a partir de ese instante en su futuro; aunque en principio parezca una situación, nuevamente, anecdótica:
Percibe la ciudad como un espacio ocupado, lleno; un inmenso bloque humano; una sociedad densificada por la saturación de los individuos que la componen. Esto hace que se enfrente a ella con la actitud que lo identifica y diferencia (la que mezcla su vitalismo con el destino que se ha propuesto: el arte), para producir y generar su propio espacio.
Esta sensación percibida, lejos de guardarla como un recuerdo más en su subconsciente, para más tarde olvidarla mediante la costumbre y la cotidianidad de los días de estudio y formación en Madrid, la adquiere e interioriza, instalándola en su histórico para, como ‘es-será’ su filosofía de vida, mediante su fluencia darle forma a lo largo de los años.
Como efecto de todo esto en el año 2009 en el Museo Würth, con el título de “Laberinto” concretiza esa experiencia mediante la realización de las 365 piezas de madera de pino que la componen (tantos individuos como los días que tiene un año: representación simbólica del dilatado pensamiento de un tiempo lleno de dificultades; paradigma de la España de aquellos años). Un trabajo de taller que inicia 3 años antes, en 2006. 45 años después; es decir, mientras ocurre: durante 45 años de un proceso que seguro que continúa.
45 años en los que han pasado muchas cosas en el mundo, como la reafirmación y consolidación del arte abstracto durante los años 60, donde los artistas se enfrentaban a densas, impenetrables y en algún caso monocromas superficies de pintura, que dependiendo del pintor incluso podían ser rasgadas para producir el espacio; o a compactos volúmenes conceptuales donde lo que hay ocupa el espacio mental del escultor para, a partir de ahí, mediante el discernimiento, generar la oquedad y con ésta, la forma que contendrá a la metaforma (la evocación de la ausencia); o el arte conceptual, que si bien aparece ya en los primeros años del siglo, toma fuerza en los años 60 y 70 extendiendo su influencia hasta hoy.
Circunstancias, teorías, tendencias, procesos artísticos que sucediéndose a través de los años aumentan el caudal que continuamente transforma la vida y la obra de Félix Reyes, como es el caso de la determinante y potente obra “Laberinto” [(Desde aquel día de1.961 a 2009…) (…hoy, aún en madera de pino que pretende el denso y homogéneo hierro fundido)].
Pero esta forma de procesar sus experiencias ya la habíamos visto en otras obras que, después de un largo peregrinaje a través de años por los entresijos de sus recuerdos y vivencias, pugnando por llegar a estar, tal como su prospectivo, sucesivamente, las ha ido proyectando en su imaginación, aparecen; como es el caso de “Lugar de encuentro y Mi barrio” 1.997 – 2.000, serie compuesta por diferentes esculturas que, desde la rotundidad que encierra a cada una de ellas tejen, mediante los invisibles hilos de la memoria, el escenario donde se representa su historia común.
“Lugar de encuentro y Mi barrio” es un trabajo contundente pero sutil donde Félix Reyes evoca e invoca, por medio del ritmo de las herramientas, lijas, tacto y respiración, hasta el aparecimiento, a la gente de su infancia y juventud en Gran Canaria, amigos, conocidos, personajes que poblaron su vida, que halla en unos bloques de pino con la precisión de la forma que los contiene pero con la indefinición del recuerdo que se expande entre aquellos años y estos en que los realiza.
Otro caso revelador del modo en cómo procesa sus experiencias es “Solidaridad” 2.005 – 2.007, obra que acentúa de manera clara un conceptualismo que cada vez tiene más presencia en su trabajo.
“Solidaridad” es un buen ejemplo de cómo el proceso inmerso en lo temporal, que implica a la propia vida del autor, afecta a su resultado.
Un día del verano de 2.005, cuando Félix ya había comenzado la obra "Solidaridad", durante una reunión de amigos en su casa, me decía, desde la más profunda emoción, esa emoción producto de la unión de dos puntos distantes en el tiempo y en el espacio en uno solo (el que unía la infancia con ese momento de rememoración), aquello que motivaba la realización de esta obra:
Un recuerdo de su niñez, de cuando veía zigzagueando por las empinadas cuestas de su pueblo, Valleseco (Gran Canaria), las procesiones de gente dirigiéndose al cementerio para enterrar a sus muertos.
Su emoción y mi curiosidad nos llevaron al taller. Frente a las primeras piezas en madera, protegidas por paraguas, deambulando por una mesa, Félix Reyes me decía que serían 3.000.
3.000 representaciones de familiares, amigos, vecinos, compañeros de la vida… o 3.000 ausencias; o una, entendí a lo largo de la conversación.
Pero si la causa inicial fue esa, antes de su conclusión física en el año 2.007, confluyeron otras circunstancias que, en un desbordamiento de sentimientos, abrieron la obra.
El atentado del 11-M de 2004 concitó a miles de personas en Madrid en repulsa del crimen terrorista. En ese momento el niño Félix Reyes, aportando todo su caudal de generosidad y humanidad conmovió al hombre, configurando ambas escenas en una sola obra a partir y mediante los conceptos que contiene (dolor, ausencia): (hueco, vacío).
Un río es entre su nacimiento y su desembocadura: el arco de una circunferencia que abarca un círculo profundo como una esfera por el que fluye lo que contiene.
O lo que es lo mismo vivir es estar viviendo.
Si hemos remontado hasta el día en que Félix Reyes llegó a Madrid, y luego, aun antes, a un instante de su infancia, aún podemos ir más atrás, al principio, al verdadero momento que empieza todo, el que queda registrado en “Una vida”, un proyecto del que por ahora sólo podemos ver la maqueta, pero que, como no puede ser de otro modo, conlleva y aporta el concepto, el que hace presente a la obra pensada, aunque todavía no esté realizada ni en el material definitivo, ni en la forma, ni en la escala.
De nuevo “Una vida” une dos puntos (representados por dos cajas), el nacimiento del artista, el 1 de junio de 1941 y el pensamiento de la muerte como momento último (la fluencia vertida) al que desde el presente sólo se puede contemplar en el futuro. Pero como él dice hablando de esa última caja de la obra “Una vida”: Tiene, tendrá el cometido de acoger, no de ser final.
Si la muerte en la obra “Una vida” es representada por esta última caja, con una abertura por la que entrará el que está viviendo, el nacimiento es representado por la primera, con forma y medida exactamente iguales (algo ya de por sí significativo), pero cuya abertura da luz a la vida.
Entre una y otra está el tiempo de vida del artista y una vez más ese tiempo-vida-agua es representado por las imágenes de las personas que han tenido o tienen una relevancia importante en su existencia, convirtiéndose cada una de ellas y a la vez todas juntas, por acto de su amor y generosidad, en el suceso de su existir, el que ha ido tallando durante años: los padres, los vecinos de Valleseco, el arte, Rosa, las hijas, los suegros, los amigos, el futuro (aún vacío).
El río Félix Reyes, ahondando mediante su saber en su existencia (agua formando y puliendo el cauce, actuando en el espacio de su vida, aún proyecto) imagina el futuro: el lugar donde irá emergiendo la forma definitiva de “Una vida” cuando tenga que ser, como acto de su contenido y fuerza.
“El camino” 2014 es la última obra de Félix Reyes o mejor dicho es la obra en la que ahora está trabajando. En “El camino” vuelve hablar de la vida, del segmento comprendido entre un principio y un final, a la que enfrenta el antes y el después (la inexistencia, la muerte), desde de la completitud que los totaliza.
En “El camino” la idea de vida está representada por unos personajes anónimos que tienen la misión de cumplir el ciclo que permite la continuidad, haciendo que su presencia y actitud esté en función de las ideas de muerte y vacío, convirtiéndose estas últimas en los conceptos principales de la obra; conceptos que establecen un lugar indeterminado, pero que se sabe que existe porque mirando la obra se aprecia que de él se viene y a él se va.
Quizá la realización de la obra “El camino” haya sido para Félix Reyes la posibilidad de profundizar y adentrarse en el último cubo de “Una vida” mediante el concepto “reversibilidad”.
Ahora, a la vez que realiza la obra “El camino”, una obra que reflexiona sobre el final, Félix Reyes vuelve otra vez al principio y retoma con “Las mujeres del mercado” de nuevo a la gente y experiencias de su infancia en Gran Canaria, que, mediante la pureza de su dibujo, trae a este momento exentas de todo menos del camino que parecen estar recorriendo desde aquel momento que quedaron grabadas en sus retinas y en el tiempo de su infancia.
Al principio de estas palabras decía que Félix Reyes, aun utilizando mecánicas lógicas de artista, es capaz de darles la vuelta. A lo que hacía referencia con esa afirmación, es a cómo, mediante su in-fluencia vital genera el proceso artístico que actúa en su trabajo. El vitalismo como fuerza, idea y creatividad con el que trabaja en la frontera que separa, en lo referente al tiempo, pasado y presente y en lo referente a la existencia, la vida y la muerte. De modo que contempla su vida (su historia) para presenciarla y a partir de ahí construirla en relación con las nuevas circunstancias que van concurriendo en su existencia.
Esta intencionalidad sobre la materia que soporta su existir me hace pensar que las obras de Félix Reyes son al revés, quiero decir, que el dentro está fuera y viceversa; que el mundo que conceptualiza y a consecuencia de ello objetualiza en su trabajo está a esta parte de la piel de la escultura y dentro, o sea, fuera, al otro lado, está la madera o el bronce o el hierro: cauce que registra todo lo que compone su vida: las circunstancias, las cosas, las ideas, las personas con las que ha convivido y convive y, claro está, a él mismo como medio vinculante: como flujo denso y densificador de todo lo que contiene: la vida que corre por su interior.
,pero cuando todo es agua el río guarda silencio.
José Carlos Balanza
Siempre que Félix José Reyes nos avanza los primeros pasos de un nuevo proyecto me acuerdo del dibujo que, bajo el título del que me he apropiado para encabezar este escrito, realizó Goya a los 81 años mientras aprendía en Burdeos la nueva técnica litográfica; él, que ya entonces estaba considerado como uno de los mejores grabadores de la historia y que lo había sido todo como pintor en la España de su época, seguía interesándose por todo lo que le pudiera aportar algo para expresarse como artista. Creo que esa misma actitud admirable de curiosidad ilimitada es la que va guiando a nuestro amigo a lo largo del tiempo.
La biografía creativa de Reyes es bien atractiva. Siempre, de una u otra manera, ha puesto el arte en el centro de su vida convirtiéndolo en el motor de sus afanes. Afirma haber decidido que quería ser escultor a los 13 años tras descubrir en su pueblo, a través de la ventana de su taller, a su maestro Abraham Cárdenes, que seguramente le enseñó bastante del oficio, pero sobre todo le inculcó un programa vital: “hay que trabajar mucho y no desfallecer”.Y Reyes ha sido pertinaz, constante hasta conseguir que llegara su momento, superando sequías y dudas, pero sin dejar de trabajar nunca. Ha sido capaz de forjar una voluntad de hierro cubierta por un manto de ternura.
Su ambiciosa actitud de permanente aprendizaje le ha impulsado siempre a buscar, a querer saber más, a transformar sus intuiciones en realidades palpables y a transmitir lo aprendido. Su vida ha estado guiada por una ambición creadora que le ha conducido hacia proyectos cada vez más complejos, cada vez mayores, sin contar con la salud, la edad u otras contingencias. Su ilusión desbordada, sorprendentemente cada vez mayor, libre de cálculo, desprendida, le ha preservado una actitud envidiablemente juvenil ante cada reto que se ha impuesto, dedicándole, como en el bolero, alma, corazón y vida, y, como en los folletines, la fortuna.
En su trabajo he apreciado siempre, pero cada vez más, la libertad de quien ya no tiene nada que demostrar a nadie. Ni siquiera a sí mismo. De ahí seguramente su necesidad de salirse del propio canon, de su obra reconocida, valorada e influyente, de huir del complaciente amaneramiento autorreferencial. La perspectiva que le ha dado la edad y su permanente exigencia le lleva a afrontar nuevos retos en vez de recrearse en lo ya sabido, salvándole del riesgo de la parodia.
Con Reyes se da una infrecuente circunstancia: todo el mundo habla bien de él. ¿Por qué nos gusta tanto Reyes? Las causas responden sin duda a los méritos, y son variadas y complejas, y a menudo contradictorias. Reyes se siente profundamente humano, y nada humano le es ajeno. A lo largo de su carrera ha tratado todos los asuntos trascendentales en cualquier biografía: la alegría de vivir, la muerte, el esfuerzo, la amistad, la solidaridad, el dolor, el sexo, las incertidumbres cotidianas. Todo le importa, todo le concierne y hace que todo pase por su obra y en su obra.
Cuando una exposición como esta nos permite ver trabajos de épocas muy diversas, advertimos que su obra es memoria viva, una cualidad que se da especialmente en los trasterrados aunque amen profundamente el lugar que les acoge, en los que tratan de recuperar incansablemente el tiempo y el lugar en el que fueron esencialmente felices. Hablando con él surgen continuamente referencias a un pasado lejano, a menudo identificado con su pueblo, Valleseco, y con la calle de su infancia perdida. No son sólo nombres o situaciones; a menudo son sensaciones o referencias materiales, y casi siempre recubiertas de hondas emociones. Ese exilio, esa separación de la tierra en que se hizo persona y sobre todo la irremediable pérdida de la infancia, ha sido durante mucho tiempo su principal motor creativo. Lo perdido ha estado siempre presente como añoranza y especialmente en la edad madura, que es el exilio fundamental, inevitable. De hecho, sus proyectos más ambiciosos de los últimos veinte años han sido puestos en marcha sin ninguna seguridad sobre su viabilidad económica, como una auténtica necesidad de expresión personal, de emergencia de los propios fantasmas del pasado.
En su escultura todo nos llama, nos atrae, es amoroso, nos invita a tocar. Sus grupos son inclusivos: si hay varias figuras nos llaman a participar en la conversación; si están solas, al contacto físico, al abrazo; si es una muchedumbre, a sumarnos a ella; si un laberinto, a colaborar en la búsqueda de una salida. Siempre resulta cálido y cercano, en cualquier material y en cualquier formato, en cualquier estación del camino de ida y vuelta que ha recorrido entre figuración, simplificación formal y abstracción.
Otra cualidad de Reyes es su profundo humor, reflejado a menudo en temas y en formas, pero también en la elección de materiales, en la búsqueda de lo que ocultan o sugieren (nudos, grietas, betas, ensamblajes,…), en las complicidades buscadas con el espectador, en el valor concedido al azar, en la humanización de lo habitualmente considerado sagrado al jugar con la escala y el marco. Además, ha tenido la habilidad de dignificar los encargos (tan necesarios para el desarrollo artístico de cualquier creador en su época de crecimiento) por chocante que pudiera considerarse el punto de partida.
Pero Reyes, además de cualidades artísticas, tiene virtudes civiles. Por encima de todo es generoso, como evidencia el hecho de que haya dedicado más de la mitad de su vida a formar estudiantes y personas en la Escuela de Artes de Logroño. Buena parte de su tiempo actual (la mayor fortuna de un hombre de su edad, seguramente la única fortuna de cualquier persona) la sigue poniendo al servicio de los demás como promotor (solo o en compañía de otros) de proyectos para otros artistas y para sus conciudadanos, porque ha hecho más que nadie por enseñar a ver en nuestra región, en el hermoso entorno de Santa Lucía de Ocón, la íntima relación entre arte y naturaleza. Es una persona que se implica, que se siente concernido por las cosas que acontecen en su entorno y es capaz de ponerse en evidencia sin esperar nada a cambio, salvo la mejora de las condiciones de vida de la mayoría.
Reyes ama profundamente y sabe demostrarlo, no sólo a su entorno familiar presidido por su querida Rosa Castellot (otra gran artista llena de cualidades) o a los que gozamos del privilegio de su amistad, o a cualquiera que por cualquier motivo tenga el más mínimo contacto con él. El amor se trasluce en todo lo relativo a su trabajo, concebido como vocación: en los temas que aborda, en los materiales que elige, en los procedimientos con los que los trata y los transforma, en las ambiciones espaciales que se plantea en sus obras de madurez, siempre a la medida humana por ambiciosas que sean, siempre al alcance de la mano, civilizando cualquier espacio público que las acoja.
En el prefacio de su poemario “Compañeros de viaje”, Jaime Gil de Biedma afirmaba que “muy pobre hombre ha de ser uno si no deja en su obra –casi sin darse cuenta- algo de la unidad e interior necesidad de su propio vivir. Al fin y al cabo, un libro de poemas [como el conjunto de una obra artística, me atrevo a interpretar] no viene a ser otra cosa que la historia del hombre que es su autor, pero elevada a un nivel de significación en que la vida de uno es ya la vida de todos los hombres, o por lo menos –atendidas las inevitables limitaciones objetivas de cada experiencia individual- de unos cuantos entre ellos”. Seguramente por eso nos gusta tanto Reyes: porque hablando de su calle y de su mundo (de lo que sabe) nos habla también a nosotros (habla de nosotros). Puedo afirmar que pocas veces ha habido en la Sala Amós Salvador una adecuación tan generadora, tan productiva, entre espacio expositivo y obra artística como en la presentación de su serie Lugar de encuentro en el viejo almacén: una obra y un público congregados para acudir a una cita convertida en acontecimiento. No faltó ni la música, aportada por una espontánea banda que pasaba por allí y se sumó a la fiesta. El público formaba parte de la obra, que se integraba en las conversaciones, en el reencuentro, en el abrazo, todos partícipes de una reunión entre viejos amigos. Todos a gusto, encantados, sin prisa por marchar, acogidos bajo la protectora cubierta de madera.
La sensación con Solidaridad en la Sala de Columnas de la Beneficencia fue distinta. Ahí éramos testigos de algo trágico, conmovedor e irremediable, el recuerdo de una pérdida que nos concernía pero de la que no formábamos parte directamente. Era algo de lo que habíamos tenido noticia y documentación visual a través de los medios, y su acertada presentación complementaria audiovisual inquietaba y conmovía. El título iluminaba la intención del artista (ligada de nuevo a la infancia y a la pérdida: una evocación del entierro de su padre), aunque las grandes obras a menudo sobrepasan las intenciones de quien las crea y se convierten en soporte de significados diversos y complejos, a veces inducidos por la fuerza de los hechos coyunturales recientes. Éramos conscientes, más que nunca, de que la causa a la que nos adheríamos al observar esa muchedumbre en marcha era también la nuestra.
El Laberinto que ahora presenta en el Museo Würth también tiene su origen en una sensación de juventud, producida cuando llegó a Madrid para empezar sus estudios de Bellas Artes. Recuerda las mareas humanas a las que se enfrenta un individuo fuera de sus arraigos naturales, ante las que forzosamente se encuentra perdido, y de nuevo su percepción de la realidad actual (el desvalimiento televisado en directo de las oleadas de emigrantes africanos al llegar a tierra tras sus inciertas travesías) echa mano de las profundas imágenes de su pasado personal para expresarse. El laberinto son los otros, el laberinto es informe, es movedizo, cambiante, y el hilo que nos ha de guiar en la búsqueda de la salida ha de ser una mezcla de nuestra intuición y de los afectos que vayamos forjando en el intento.
Aprecio en estas tres obras capitales de Reyes una clara evolución personal, que a su vez determina el papel reservado al espectador, que es, en definitiva, quien acaba y da sentido y el significado final a cualquier obra de creación. Así, mientras en Lugar de encuentro el autor buscaba que el público formara parte de la multitud congregada y participara del momento evocador de un pasado feliz, en Solidaridad nuestro papel quedaba reducido a observar desde fuera, sobrecogidos por el trágico suceso que nos conmueve en lo más hondo, pero situados físicamente al margen de ese dramático presente. Ahora en Laberinto los espectadores hemos de enfrentarnos a la obra como a una marea que nos engulle, permanentemente cambiante según nuestra cambiante posición, nuestro punto de vista, nuestras progresivamente debilitadas fuerzas, ante un cúmulo de personajes distantes, hieráticos, ensimismados, encadenados entre sí como barreras ante las que sólo cabe concebir un incierto futuro.
El planteamiento general, a mi modo de ver, va acrecentando su pesimismo y condiciona la función del espectador, que va cargándose de un paulatino distanciamiento. Así, en la secuencia de estas tres obras pasamos de ser protagonistas a meros testigos, para acabar en la última como simples víctimas de un entorno opresivo, porque el laberinto, tal como lo define la Academia, es un lugar formado artificiosamente por calles y encrucijadas, para confundir a quien se adentre en él, de modo que no pueda acertar con la salida. Como cualquier ciudad, como la vida misma. Otro rasgo de ironía de este gran creador: detrás de la apariencia amable se oculta la crueldad de la vida real. Otra muestra de la reflexiva profundidad de su trabajo.
Goya (otro humorista, otro trasterrado) se autorretrató en el dibujo antes mencionado como un viejo barbudo sostenido por bastones, una hermosa metáfora de la vida como tiempo útil que nos evoca la esencial verdad del poema de José Manuel Caballero Bonald: “somos el tiempo que nos queda”. Es profundamente estimulante ver que algunas personas se siguen planteando retos y complicándose la vida a los sesenta y nueve años, cuando la sociedad (aún en el caso de aquellos a los que reconoce y quiere, de los que valora entre los mejores, como es el caso de Félix José Reyes) los considera amortizados y les premia con el retiro más o menos jubiloso, pero casi siempre obligatorio. Su vida es un auténtico elogio del aprendizaje: la necesidad de saber más, de comprender lo nuevo, de difundir lo otro, y siempre guiado por otro principio aprendido de su viejo maestro: “encontrar la mayor expresividad con el mínimo de forma”
Esta exposición demuestra que Reyes ha sido capaz de organizar con el paso del tiempo una sintaxis propia, que a través del dominio de la variedad formal y material ha sabido coordinar los elementos necesarios para crear belleza y expresar conceptos complejos, recurriendo a su imaginario particular, a su memoria viva. Y todo ello al margen de modas y de las corrientes dominantes, sobrepasando lo ornamental, lo meramente bello, el sentimiento estético, forjando en su obra un mundo propio vasto y rico, tan diverso como lo que necesitaba contar en cada momento, aunando goce sensual y reflexión. Y hablando siempre sólo de lo que sabe.
Sólo nos queda desear una larga madurez a Reyes en la que siga dando frutos tan hermosos y plenos como los recogidos en esta singular exposición, frutos que nos permitan seguir aprendiendo con él en el camino compartido de la vida.
Francisco Gestal Tofé.
Conozco a Félix Reyes desde que con sus manos de adolescente empezaba a tantear tímidamente la arcilla en la Academia Municipal de Las Palmas de Gran Canaria, a la sombra de su maestro de voz tonante y prestancia de dios marino: Abraham Cárdenes, él le orientó en el lenguaje de la escultura y supo hacerlo, pese a su carácter de gran capitán, sin ponerle cortapisas. La atmósfera de la Academia Municipal, erguida al borde de la mar, en el barrio de Vegueta, joya del patrimonio urbanístico de Gran Canaria que conoció a Cristóbal Colón, olía a salitre. El ir y venir de las olas hacía sinfonías de truenos y resacas trasegando los cantos rodados. A la brillante luz de las Islas Canarias, que entraba a raudales por grandes ventanales, tamizada por los cristales patinados por el vaho marino y la dejadez bohemia, Félix Reyes buscaba plasmar en tres dimensiones su visión de la vida y de las cosas. Lejos ha quedado el nomadismo de Félix Reyes por la idea y la forma buscando la afirmación de su yo creativo, el que ahora admiramos y cuya semilla era evidente. Las formas se han ido estilizando, librándose de todo lo superfluo y ganando en brío y en poesía. Golpe a golpe, bajo el martillo y el cincel, la gubia y la lija, bajo su mirada, como si fuera un Merlín hacedor de milagros, la madera y la piedra se mutan en lo que Félix Reyes les reclama. Surgen sus síntesis de personajes humanos y humanizados. Y sus esculturas, abstractas o figurativas, parecen haber sido infundidas de un alma serena, que invita a la caricia. Félix Reyes nos reconcilia con el Arte y el ser humano.
Francisco Lezcano - Lezcano 2009,
Pamiers, Francia
Creo que fue Félix, entre la comunidad artística local, quien primero adoptó al Museo Würth La Rioja; y de Santa Lucía de Ocón al Sequero o viceversa nuestros coches y pensamientos se saben ya el camino de ida y vuelta. Y así el adoptado riojano, y galardonado como tal, adoptó el museo que lleva en el nombre su patria de adopción. Aunque, y pese a las formas redondeadas que gusta, no lo veo a Félix propenso todavía a ir cerrando círculos, sino más bien a expandirse en cortejos longitudinales y en laberintos o archipiélagos de multitudes. Fue nuestro primer convecino en sentar plaza con su arte en sutil conversación en el jardín de nuestro museo. Por cierto, las bellas de Valleseco se han quedado sin entrar. Vayan a visitarlas, tóquenlas con cortesía y alimenten su cotilleo, cuéntenles lo bien que ha quedado la exposición cuyo catálogo estas líneas prologan y lo feliz que está Félix, bien sea su padre o hermano mayor, de quien las bellas ensalzan y moderan su triunfo. Demasiado Sequero y Valleseco para el caudal fértil de Félix Feliz apegado a la tierra donde cada verano cosecha la escultura como fruto estival. Pero que sepan que en El Sequero, desde el día de la primera piedra, llovió con inoportuna generosidad mientras construíamos el museo casi tanto como la insospechada pluviosidad canaria de Valleseco. Caprichos de los nombres para confundir a los que se fían de las apariencias. Con Félix no hay engaño, por él hablan sus materiales: el barro y la escayola, los bronces, la piedra y con calor la madera. Hablan también sus muchos amigos, como bien se ve en este catálogo, que suman la literatura al arte plástico. Habla Rosa y habla él no sólo con su obra sino como maestro y orador como demostró ya en nuestro auditorio, siendo uno de los primeros artistas que nos regaló con su teoría además de con su práctica. Y ese día y todos nos pareció un sabio doctor del alma y un hombre tan querido como queríamos que querido fuese nuestro museo. Y por todo eso y para consultarle nuestras dolencias lo hicimos nuestro artista de cabecera. Desde entonces lo llamamos mucho, a horas intempestivas como corresponde, y él acude siempre a esta su casa donde espero que muchas de sus obras se queden a ver pasar las personas futuras y los años.
Juan Ramírez Codina
Director general de Würth España
En Reyes, la calle Bordadores de Pessoa, tiene una réplica literaria, Triana, su calle en Las Palmas, aquella desde la que vio discurrir una vida que aparecía como proyecto, y aquella a la que retorna para entenderlo cuando una buena parte de ella se ha realizado. Como un ciego, como ese ciego que somos todos ante la vida, vuelve a tratar de palpar desde la oscuridad de ahora, aquellos rostros que entonces le parecieron realmente luminosos, sensuales, vivos, prometedores. Cuando su mano se acerca a la madera lo hace desde la estrategia del invidente, tanteando suavemente con su mano el límite que le ofrece resistencia, con esa presión blanda, táctil, de unos dedos que no tratan, como los nuestros, de retener, sujetar o modificar la realidad del objeto sino, solamente, de precisar el lugar de la presencia de lo otro desde una experiencia que sabe que esa presión tiene que detenerse justo en el preciso momento en que el objeto comienza a deformar el límite de los dedos. Un momento antes, el presentimiento que tenemos de él equivocaría la estructura de aquella realidad, y un momento después sólo reconoceríamos nuestra sensación de presión, la deformidad de nuestra piel llevada a su máxima tensión. Un acercamiento no sólo a la realidad formal de los rostros, sino a la realidad individual de las personas; desde esa forma especial de tantear de los ciegos que respeta el pacto no explicitado de los tiempos y las presiones que puede establecer en nuestro rostro para que ésta no invada las nuevas barreras de nuestro tacto. Reyes ha tratado de construir sus fantasmas del tiempo, precisando unas imágenes que no tienen una posición única, quizá por ello ciertas posturas no sean “políticamente-artísticamente” correctas, son equilibrios provisionales de apariciones ambiguas. Ha tenido que actuar de “medium” con seres que durante un cierto tiempo habían muerto en su memoria y ha tenido también que actuar de “chamán” para socializar esta invocación, para presentarlas y hacerlas vivas ante nosotros. Como ellos, ha murmurado conjuros interminables, ronroneos de palabras, letanías de frases inconexas que sólo él y sus personajes entendían. Teresa, Cecilia, Gloria, Alicia, Manolo… iban tomando forma mientras él reconstruía antiguas conversaciones a la luz de aquella calle mítica de su infancia. Cuando me lo contaba a mí, todavía seguía viva aquella emoción primera reavivada ya por la figura realizada, a la que acudía con ese gesto cotidiano que establece al saludar. Las acariciaba con la añoranza de unas relaciones mantenidas o soñadas, con la presencia de ese paraíso perdido de la piel que siempre fueron sus recuerdos.
Extracto de: Gómez Molina, Juan José, De la Ternura. En Félix J. Reyes, Lugar de Encuentro. Ed. Cultural Rioja e Ibercaja, 1998, pp. 9-48
Félix Reyes ha contado muchas veces que su pasión por la creación artística se produjo en su temprana adolescencia en Las Palmas, en la isla de Gran Canaria, cuando un día vio a través de la ventana de la Academia Municipal, desde la calle, cómo el viejo profesor Abraham Cárdenes transformaba la materia informe en belleza cargada de expresión y capaz de comunicar. Con él aprendió el oficio trabajando, y empezó a conocer, utilizándolos, las posibilidades de los materiales.
Modelar, esculpir y tallar, primero en ese aprendizaje de proximidad y luego en la facultad de Bellas Artes y a lo largo de su dilatada actividad profesional, se convirtieron en el hilo conductor y la razón de su fecundo camino creativo. En un segundo plano, ligado como sombra imprescindible, también estaba, necesariamente, el dibujo, no como técnica para buscar un resultado estético final sino como instrumento, como procedimiento, como vehículo de análisis hacia lo tridimensional, hacia lo corpóreo, hacia el volumen.
Estos días raros he tenido la oportunidad de conocer una amplia selección de los dibujos de Reyes, y se aprecian en ellos diferentes intenciones: por una parte lo que podemos llamar “bocetos instrumentales”, que agrupan el estudio de detalles o esquemas de composición, apuntes, la superposición repetitiva de fragmentos o el planteamiento general de obras complejas; y después están los más recientes, compuestos con otra intención, con otra ambición, más rigurosos, finalistas, con vocación de “arte mayor”. Hoy hablaré de estos últimos.
Pienso que su renovado interés por el dibujo en esta última etapa es un acierto estratégico porque esa técnica se demuestra en sus manos perfectamente válida para recrear -e incluso desarrollar- su mundo poético personal, partiendo de un imaginario plenamente reconocible al que añade nuevas posibilidades formales y valores narrativos, aportando placer y vuelo a su imaginación a la vez que le libera de las gravosas exigencias materiales, físicas y económicas de los procedimientos escultóricos.
El dibujo le facilita dar cabida a sus nuevas inquietudes y desafíos, dando salida a su entusiasta pulsión a través de una dinámica que tiene mucho de experimentación y ejercicio de exigente autoaprendizaje, y le permite acoger cómodamente tanto a los viejos “fantasmas” y personajes que habitan su mente creadora como a los nuevos invitados.
Sus dibujos recientes son un claro reflejo del fructífero trabajo de toda una vida esencialmente dedicada a la escultura. En estos se plasma su dominio del volumen, del espacio y la perspectiva. A través de ellos demuestra su control del equilibrio compositivo y la “profundidad de campo”, y su proverbial capacidad escenográfica, de “puesta en escena”.
Creo que esos juegos de luces y sombras tan acentuados, tan dramáticos, con esa posibilidad de “cerrar la escena” y fijar definitivamente una situación, han tenido que ser muy gratificantes para un creador como Reyes, que siempre ha combatido por ocupar y hacer suyo cualquier espacio en el que ha expuesto.
Y en el fondo de esos dibujos, como cabía esperar, orgullosamente agazapada, pervive la añoranza por la materia, por la madera, que se manifiesta en cuanto puede, aprovechando a favor del dibujo las cualidades brutas que aporta el soporte, el tablero, y sacando del nuevo recurso todo lo que pueda leerse como textura, como pátina, consiguiendo contrastes que aportan profundidad (en definitiva, volumen) y resultados muy táctiles, atractivos, sensuales, inquietantes.
En estos dibujos perviven sus tradicionales temas de interés (las mujeres, los grupos dinámicos, las conversaciones,…) y, al contrario que en las últimas series de esculturas, hay en ellos más carnosidad, cuerpos rotundos, sensuales, en unas obras llenas de sombras, de presencias ausentes, de ausencias presentes, evocaciones del propio pasado y en ese sentido “narrativas”, pero a la vez llenas de secretos, más íntimas, todavía más personales.
Estas obras me recuerdan (desde muy lejos, eso sí) a los desnudos surrealistas de Paul Delvaux, por lo que tienen de inquietantes, de oníricos, porque ocultan más que sugieren, y a los desnudos neoclásicos de Ingres, tan escultórico siempre, tan rotundo, tan equilibrado, cargado de tenso dinamismo; más evidente, por su relación con varias de sus mejores esculturas, especialmente las concebidas como murales, es la pervivencia de su gusto “esencialista” que enlaza con las corrientes arcaicas y primitivistas.
Hasta aquí las impresiones, y a partir de ahora las dudas. Estos dibujos, ¿son “arte final”, como parece indicar su perfección formal, su minucioso acabado, su gran formato en algunos casos, su soporte duradero, o son el paso intermedio y necesario de futuros desarrollos, ligado, por ejemplo, al interés reciente de Reyes por las esculturas de pared? ¿Son complementarios de otros trabajos o plenamente autónomos? ¿Formarán parte de sus series conocidas o acabarán formando otras nuevas?
Qué suerte, tener tantas opciones abiertas a estas alturas de una carrera artística.
En un artista de la fructífera coherencia de Félix J. Reyes estos dibujos nos llevan al mito recogido por Plinio el Viejo en el que una muchacha de Corinto, con la intención de hacer perdurable el recuerdo de su amante, marcó con un trozo de carbón su perfil en la sombra que su cabeza proyectaba sobre una pared de la habitación. En ese acto de amor estaría el origen del dibujo, pero también el de la escultura, ya que la silueta fue rellenada más tarde con una capa de arcilla y cocida en el horno para hacerla permanente. Los dibujos de Reyes, curiosamente, han llegado después de las esculturas, y a veces parecen ser no solo la recreación de las historias de su larga vida personal sino también lo que perdura en su recuerdo de aquellas esculturas en las que concretó esos afectos y a las que poco a poco fue dejando marchar.
Las vueltas que de la vida.
miracomosuena.blogspot.com
11/05/2020